5 temporadas | 62 episodios |
Empecemos con la premisa: Walter White (Bryan Cranston) es un sobrecalificado profesor del llamado “high school” estadounidense en New Mexico que de pronto se da cuenta que su vida es un fracaso. Nadie en su familia lo respeta, sus problemas financieros no dejan de crecer debido a la costosa enfermedad de su hijo, y tiene que lidiar con una gran lista de personas que no hacen más que empeorar las cosas.
Si todo esto no fuera suficiente, descubre que tiene cáncer en los pulmones, el cual es inoperable. Y se pregunta: ¿Qué le voy a dejar a mi familia cuando me haya ido? De esta forma se pone a pensar en lo que tiene para ofrecer y qué ventajas le pueden dar dinero rápido antes de morir.
Como regalo de cumpleaños, su cuñado Hank Schrader (Dean Norris) lo lleva a una redada anti-drogas de la DEA a un laboratorio de metanfetaminas, donde conocemos al co-protagonista de la serie: Jesse Pinkman (Aaron Paul), alias Bitch, con quien Walter formará equipo para “cocinar” droga y reunir dinero para cuando él ya no esté.
Aquí inicia la serie que pretende resolver la cuestión: ¿Qué lleva a una persona “normal” a convertirse en una persona “mala”? Si algo logra Breaking Bad es explorar ampliamente esta pregunta. No la resuelve, no la define, pero la muestra, te permite pensar y sacar tus propias conclusiones.
Después de cuatro temporadas donde todo interés se aferra directamente en los personajes, al final de la cuarta por fin podemos ver lo que estábamos esperando: el verdadero quiebre de Walter White para ser Heisenberg, un despiadado capo de la mafia.
La quinta temporada es simplemente magistral, como toda última temporada debería de ser. El último capítulo no deja ningún cabo suelto, ninguna pregunta al aire, otorga una conclusión perfecta para el viaje de maldad donde a Heisenberg solamente le queda reclamar su último premio.
Breaking Bad logra así, tener un inicio interesante, una mitad sólida y un final que merece un aplauso de pie. Es una lástima que no todas las series de televisión sean así de planeadas, así de buenas y así de concretas.
¿Quién es Heisenberg?
Heisenberg, el alter ego que crea el protagonista, es todo eso que Walt no pudo ser desde que renunció a Gray Matters, la compañía multimillonaria a la que le dio el nombre y cuyo éxito se basó en su investigación. Desde aquel fracaso, Walter White decidió retirarse y no volver a tomar ningún riesgo convirtiéndose lentamente en un verdadero muerto en vida.
Pero cuando los problemas comienzan, cuando las decisiones se hacen evidentes y cuando el peligro acecha, nace Heisenberg, el rey, dueño, amo, aquel que es el peligro. El que manipula desde las sombras y mueve a las personas como piezas de ajedrez.
Así, Walter White se convierte en el perfecto sociópata, jugando con las mentes y voluntades de los demás, acabando con cualquiera que se convierta en un obstáculo y siempre pensando en que el fin justifica los medios.
¿Pero realmente el fin justifica los medios?
Gracias a vivir como quiere, tomando sus propias opciones y subiendo en la escalera del poder, Walter logra trascender, sobrevivir al cáncer, dar nivel de vida a su familia y ser recordado en la posteridad. Pero lo que no logra es “calidad de vida”, una vez más se convierte en un hombre exitoso completamente fracasado.
Las flores del mal crecen lentamente
La deconstrucción del mal que propone Vince Gilligan (Expediente X, Hancock) destaca por la creatividad visual y narrativa con la que está contada. Hay comienzos de algunos capítulos muy desconcertantes pero que acaban teniendo un valor simbólico muy enriquecedor. El peluche tuerto de color rosa que flota en la piscina, los mejicanos arrastrándose en medio de un desierto solitario, el salto en el tiempo en el que se recuerda cómo Walter White y su mujer compraron su primera casa con las ilusión de un matrimonio feliz y estable…
Todos estos detalles construyen un paisaje en el que el mal no está reflejado con cinismo y superficialidad, sino con una veracidad muy matizada. En ningún momento dejamos de ver el instinto de supervivencia de la felicidad de seres humanos que toman malas decisiones para huir de la jungla. Esto hace que la serie nunca deje de conectar con el espectador, ya que en medio de la barbarie no deja de mostrar destellos de ternura, preguntas y respuestas que hacen tambalearse a los personajes sobre su perversa conducta. Pocas series muestran tanto las consecuencias de cada una de las decisiones en la vida de los demás. Detrás de cada delito, de cada asesinato, no hay una recompensa, sino un nuevo túnel, cada vez más oscuro y profundo.
Contando una historia tan tremenda, la serie no se excede en mostrar escenas morbosas. La historia es durísima pero no innecesariamente detallista en la recreación de la violencia. Es verdad que hay escenas desagradables (especialmente en los inicios de la primera temporada), pero no son el motor de la serie. Sirve como ejemplo la definición de uno de los personajes principales: el narcotraficante Gustav Fring (Giancarlo Esposito). Su perversidad se muestra poco a poco, con largas miradas silenciosas y frases cortas definitivas. “Walter es simplemente un hombre que provee a su familia”, dice sobre su mejor colaborador.
La música de Dave Porter aparece de manera esporádica pero contribuye a dar un toque de western crepuscular a la serie. Breaking Bad también bebe del cine negro y de directores como los hermanos Coen o Tarantino. Pero puede presumir de tener voz propia, unos cuantos grados de profundidad y constantes muestras de ingenio.
Breaking Bad: Una serie sobre la caída, la maldad y la soledad de un hombre, Walter White.
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